más cerca del cielo
A Jaime Eduardo Barrera, su casa, una atrevida propuesta arquitectónica en la que mezcla lo ancestral y lo moderno, le mereció el premio internacional de arquitectura Lápiz de acero. “Esta casa la hice con una puerta de entrada grande para que, cuando me muera, saquen el cajón sin problemas.” La frase, que suelta con gran sentido del humor Jaime Eduardo Barrera, arquitecto de la Universidad Nacional, sintetiza por qué a pesar de vivir ocupado con su trabajo se dio a la tarea de construir su propio refugio, y de una manera nada convencional. Es un hombre de pergaminos pro con la sencillez a toda prueba. Presidente de Cafesalud, medicina prepagada, fue curador urbano de Bogotá y ganó la medalla Unesco en el concurso mundial de jóvenes arquitectos en T-Sukuba, Japón. Su más reciente logro: el premio internacional de arquitectura Lápiz de acero, que en ediciones anteriores lo conquistaron la sede de Compensar en Bogotá, el Pabellón del Café en el Museo Nacional y las obras viales de La Aguacatala, en Medellín. Y se lo ganó gracias a la casa de sus sueños, que construyó en seis meses. Jaime sacó adelante este proyecto en el que integró lo más tradicional de la arquitectura nacional con elementos de la moderna; el resultado no podría haber sido más impactante: una edificación de tres niveles en la que se conjugan materiales como la madera, la piedra, el ladrillo, el adobe, la arcilla y otros como las bóvedas y los aljibes con la transparencia y fluidez de los espacios. Otra de las razones para haberla construido es que a este lector de libros de historia y fotografía no le gusta perder la brújula del tiempo y quería que el ayer y el hoy convivieran en un mismo espacio. Defensor del medio ambiente, también pretendía que su nuevo hogar no riñera con esta filosofía; por eso, a pesar de que está construido casi a 3 mil metros de altura, en una montaña de la que brota agua y en medio de un bosque nativo, no quiso entorpecer ese ciclo natural. De ahí que la casa esté incrustada, casi camuflada, en este hermoso paisaje de topografía pronunciada. Y es que da la sensación de transparencia desde antes de pisar el pequeño puente de concreto que franquea la entrada. Se puede, además, divisar la ciudad en todo su esplendor. Sus grandes ventanales en cada uno de los espacios, hasta en los baños, así lo permiten. Otro de los mayores atractivos es una enorme roca que custodia la entrada y de la que emerge agua que circula por pequeños aljibes y estanques. La roca aún existe porque Jaime se negó a dinamitarla cuando la descubrieron en la marcha de la obra; decidió entonces, involucrarla en la construcción. Los cuatro elementos naturales (agua, fuego, tierra y aire) están integrados y cobran una fuerza única. El agua circunda la edificación. El fuego está representado en las chimeneas que decoran la alcoba principal, la de Ricardo, su hijo, y la espaciosa sala que da la bienvenida a los visitantes. El aire desciende de la parte alta de la montaña y baila son tropiezos por el bosque que la rodea, y la tierra encarna los muros y bóvedas de adobe y arcilla. Para evitar que la humedad penetrara, construyó un gran muro de contención que ahora, cubierto por el musgo y la vegetación, se ha convertido en otro de los encantos del lugar. Entre Marilyn y los Simpson Ecológico, recursivo y ahorrativo, así es este arquitecto nacido en Ubaté, Cundinamarca, que confiesa su fuerte arraigo por la tierra. Para hacer su casa echó mano de pedazos de ladrillos sobrante de los chircales y del adobe y la arcilla que produce el sitio. No gastó un solo galón de pintura y en el cielo raso no puso ningún tipo de acabado; dejó las placas de concreto en su expresión cruda y por eso contrastan de una manera única con el reluciente piso de madera y granito. En las paredes de la cocina y el salón de juegos descansa la imagen de Marilyn Monroe. No es que Jaime sea un perdido admirador de ella, sino del pop art que plasmó a la despampanante rubia en sus creaciones. Como sus amigos pensaron que a él le fascinaba la actriz, le comenzaron a regalar cajetillas, platos, bandejas y muchos otros objetos con este ícono. Por eso Marilyn se siente como la reina de la casa. Uno de los objetivos que se roba la atención es la estampilla de la diva en un pequeño cuadro dorado que custodia la entrada. Fue lo único a lo que puedo acceder Jaime en su visita al Museo Metropolitano de Arte Moderno de Nueva York: “Quería un cuadro grande de Andy Warhol, pero el más barato cuesta como 50 mil dólares y la plata solamente me alcanzó para comprar una estampilla. La puse en el marco dorado por pura ‘mamadera de gallo’ o, más bien, digamos que en un gesto postmoderno”. Creó un salón de juegos en el que instaló un billar, un estudio de pintura que usa fin de semana y un amplio gimnasio que disfruta en las noches. Tiene otro estudio donde hace sus maquetas y planos y, aunque allí tiene un inmenso televisor, no le gusta sentarse a verlo. Los Simpsons es el único programa que ve y lo hace en compañía de su hijo, de lo contrario, este conocedor de música antigua o prepolifónica invierte su tiempo escuchándola. El toque femenino del lugar corrió por cuenta de su hermana, la decoradora María Eugenia Barrera, que adornó los distintos espacios con figuras precolombinas, muebles rústicos y atados de leña. Claro que Jaime no se iba a quedar atrás, por eso puso su cuota decorativa con algunas pinturas suyas, todas bautizadas de la misma manera: “No pregunten cómo se llama”. Sin duda, otro gesto irreverente de este creativo arquitecto.